Roland Barthes

El último gag de Charlot es haber trasferido la mitad de su premio soviético a las arcas de los traperos de Emaús. En el fondo, esto equivale a equiparar la naturaleza del proletario y del pobre. Charlot siempre ha visto al proletario bajo los rasgos del pobre: de ahí surge la fuerza humana de sus representaciones, pero también su ambigüedad política. Esto resulta palamario en ese film admirable que es Modern Times (1936, Tiempos modernos). En él Charlot roza sin cesar el tema proletario, pero jamás lo asume políticamente; nos muestra un proletario aún ciego y mistificado, definido por la naturaleza inmediata de sus necesidades y su alienación total en manos de sus amos (patrones y policías). Para Charlot, el proletario sigue siendo un hombre que tiene hambre. Y las representaciones del hambre siempre son épicas: grosor desmesurado de los sandwiches, ríos de leche, frutas que se arrojan negligentemente apenas mordidas.

Pero justamente porque Charlot aparece como una suerte de proletario torpe, todavía ajeno a la revolución, su fuerza representativa es inmensa. Ninguna obra socialista ha llegado todavía a expresar la condición humillada del trabajador con tanta violencia y generosidad. Solo Brecht, quizás, ha entrevisto la necesidad, para el arte socialista, de tomar al hombre en vísperas de la revolución, es decir, al hombre solo, aún ciego, a punto de abrirse a la luz revolucionaria por el exceso «natural» de sus desdichas. Al mostrar al obrero ya empeñado en un combate consciente, subsumido en la causa y el partido, las otras obras dan cuenta de una realidad política necesaria, pero sin fuerza estética.

Charlot, conforme a la idea de Brecht, muestra su ceguera al público de modo tal que el público ve, de golpe, al ciego y su espectáculo; ver que alguien no ve es la mejor manera de ver intensamente lo que él no ve: en las marionetas, los niños avisan a Guignol de lo que este finge no ver. Por ejemplo, Charlot en su celda, mimado por sus guardianas, lleva la vida ideal del pequeñoburgués norteamericano: cruzado de piernas, lee su diario bajo un retrato de Lincoln, pero la encantadora suficiencia de la postura la desacredita completamente, hace que en adelante no sea posible refugiarse en ella sin observar la nueva alienación que contiene. Los más leves entusiasmos se vuelven vanos; al pobre se lo separa siempre, bruscamente, de sus tentaciones. En suma, por eso el hombre Charlot triunfa en todos los casos: porque escapa de todo, rechaza todo gregarismo y jamás representa como hombre otra cosa que al hombre solo. Su anarquía, discutible políticamente, quizás signifique en arte la forma más eficaz de la revolución.

Roland Barthes, 1957.