De eso no soy partidario. Lo soy de dejar que se desmorone, destino natural de toda megalomanía imperial. Tampoco soy partidario de llamar a un Norman Foster para que nos reconstruya ese Reichstag. El Reichstag se tiene que hundir primero. No hay que derruir Los Caídos: esa es mi respuesta a la pregunta que Barcina nunca formuló. No hay que derruir los monumentos, y menos caer en la tentación moderna de convertir los mausoleos en museos o viceversa; algunos, ni siquiera habría que restaurarlos. Nada tiene que ver mi respuesta, pues, con la del pensamiento de la alpargata profunda, escuela filosófica navarra que tuvo un hermano en el Tercio. La alpargata profunda, a la pregunta nunca formulada por Barcina, respondería con lo que los socios de UPN contestaron en el Parlamento: que aquí no se reprueban cruzadas, por ominosas que fueran. Sé que el sentido común, el sentido ciudadano y el sentido urbanístico dicen que sí, que cuandoquiera es tarde para derruir ese privado y privativo mausoleo: ese enfático recordatorio de que hubo «gloriosos caídos», lo que es tanto como recordar que bien muertos están los «tumbados en las cunetas»; pero lo que el sentido histórico reclama es que ese monumento, manifiestamente hermanadao con la estética caudillar del Valle de los Caídos, lo recuerde todo: la ominosa gloria de la megalomanía caudillar y el ruinoso destino de sus rutas imperiales. Barcina –la que no pregunta– tampoco es partidaria de la demolición, no ha dicho por qué –la que no responde–. Una de dos: o Barcina, Alpargatera Mayor en el baile sanferminero de dicho nombre, muestra así su respeto reverencial al calzado profundo de la tribu, o ha comprendido el hondo kitsch ético y estético de ese edificio, lo que explicaría que quiera adornarlo con un belén sobre hielo: uno donde las familias unidas se deslicen como en un eterno christmas navideño.
Publicado en Navarra Hoy, el 29 de septiembre de 1999.
Actualización (febrero 2017): En 1999 no era partidario de derruir Los Caídos, sino de dejar que el monumento se hundiera. De poco a esta parte, visto que hay quien reclama que el monumento se perpetúe –y hasta que sea panteón del general Sanjurjo por los siglos de los siglos–, adoptando otra forma o manteniendo la que tiene, he cambiado de opinión al respecto: derruirlo me parece hoy lo mejor.
Este "viejo"artículo se pone de actualidad al leer tu reciente artículo "De Rodezno a Esparza" en los dos hay un asunto que se omite o no se nombra; Los nombres de caidos por la patria y el título que dá nombre al mausoleo y que algún "Rojo" cinceló con un fusíl en su espalda, todos ellos siguen allí, tapados por un simple panel de madera aglomerada, como esperando el momento en que a alguien le parezca correcto destaparlo y seguir honrrándolos a la vista pública. Añadido a esto la existencia 75 años después en sus bajos de la iglesia de la Iglesia de Cristo rey, punto de reunión para la celebración de sus eucaristias y oficios y se supone que reuniones de donde saldrían nombres de personas proscritas como mínimo. Es por eso que no sería lógico dejar que una construcción tan sólida se desmorone y dar tiempo a que alguien la reconstruya. Otra buena idéa sería desmontarla piedra a piedra, algunas de estas losas las convertiríamos en arena, y con el resto ya se nos ocurrirá lo que hacemos, por ejemplo en Sartaguda algo sadría.
Algo parecido, pero más sencilo y facil de hacer sería esta misma tarea con el monolito en donde por años y años ha reposado el busto de Sanjurjo, busto que alguien tiene en su casa guardado. y que en la parte trasera de este monolito ahora tan absurdo y falto de significado, otro "Rojo" a punta de fusil se pudo ver obligado a esculpir las fechas vitales del General Fascista 1872-1936, obra de Fructuoso Orduna. A la vista de todo el mundo para nuestra vergüenza y escarnio.