Voyage

Esta enorme novela es una obra considerable, de una fuerza y una amplitud que no acostumbran los enanos pulidos de la literatura burguesa. Mil reservas se imponen, pero eso no nos impide acoger este libro de otro modo que a las novelas tan limpias, tan idealistas, las novelas de los perritos sabios. Viaje al fin de la noche es una novela picaresca, no es una novela revolucionaria, sino una novela de los miserables, como el famoso Lazarillo de Tormes, cuya vileza y acento a veces recuerda. Un médico, despreciable él mismo, cuenta sus exploraciones por los mundos diversos de la miseria: hay allí cuadros de la guerra, de las colonias africanas, de Estados Unidos, de los suburbios pobres de París, de la enfermedad y de la muerte cuyos trazos no pueden olvidarse. Una revuelta rabiosa, una cólera, una denuncia que derrumban los fantasmas más ilustres: los oficiales, los sabios, los blancos de las colonias, los pequeño-burgueses, las caricaturas del amor. En el mundo no hay más que bajeza, podredumbre, la marcha hacia la muerte, con algunas pobres diversiones; las fiestas populares, los burdeles, el onanismo. Céline no halla en esta novela de la desesperación otra salida que la muerte: apenas si se vislumbran los reflejos de una esperanza que puede crecer. Céline no está con nosotros: es imposible aceptar su profunda anarquía, su desprecio, su repulsión general que no exceptúa tampoco al proletariado. Esta revuelta pura puede conducirlo no se sabe dónde: junto a nosotros, contra nosotros, o a ningún sitio. Le falta la revolución, la verdadera explicación de las miserias que denuncia, de los cánceres que desnuda, y la esperanza precisa que nos lleva hacia adelante. Pero reconocemos su pintura siniestra del mundo: arranca todas las máscaras, todos los camuflajes, derriba los decorados de las ilusiones, agranda la conciencia de la decadencia actual del hombre. Ya veremos a dónde va este hombre al que nada engaña. La lengua literaria de Céline es una transposición bastante extraordinaria del lenguaje popular hablado, pero hacia el final, se vuelve artificial: el libro tiene doscientas páginas de más. Céline no se detiene en el momento en que ya lo ha dicho todo.

Paul Nizan, L’Humanité (1932)