«Vamos, mortales, despertaos: el día renace; la verdad regresa
a la tierra y las vanas imágenes se desvanecen» (Leopardi).
 
     
  Qué amarga es la verdad de la mañana. Qué decepcionante el despertar. Bien es verdad que al llegar la claridad del día se esfuman miedos ridículos y hechizos nocturnos; Estrella, Chiarina y Florestán desaparecen al sonar las seis en los campanarios de la ciudad; pero Chernogob, Kachtchei y los espíritus de las tinieblas del Monte Pelado desaparecen con ellos. Porque la fe declina al alba (Dostoievski, Demonios, II, 7, 1)… El país de las maravillas y los prodigios se extingue. Los encantamientos del jardín de Armide y la Noche de Mayo o la Noche de Navidad se disipan con el sol matinal junto a las brujas de Mlada. Las ocho, es hora de ponerse serio. El hombre recién levantado, sereno y lúcido, el hombre en ayunas, decepcionado pero tranquilo, abandona sus fantasías y sus pesadillas. Es la hora en que el pianista hace sus escalas. Al principio de sus Sports et divertissements Satie escribe: «Por la mañana, en ayunas»… La seriedad se traduce en una sonrisa desengañada, en una sonrisa que excluye tanto las locas ilusiones como la desesperación. Retomando las palabras de un escritor contemporáneo (Jean Cassou) hay un humor infinitamente disponible que consiste en «no tomarse las cosas en serio», algo muy distinto a «no tomar nada en serio». En conclusión, lo único serio en este mundo es el humor.  
  Vladimir Jankélévitch (1963)