Puse la radio en un atasco y me salió Lola Eguren, la directora general de nunca se sabe bien qué –siempre de algo indefinido, como Relaciones Institucionales o Internacionales– diciendo que los premios Príncipe de Viana se han internacionalizado, si bien siguen siendo navarrísimos. Ah, pues como Arletty. Cuando juzgaron a Arletty por sus relaciones durante la Ocupación con un oficial alemán, la popular actriz gala dijo en su descargo que su corazón era muy francés, pero que otras partes de su cuerpo no entendían nada de fronteras. Lola Eguren fue elevada a la dirección del muy internacional Servicio de Participación en la Construcción Europea nada más abandonar el socialismo y pedir ruidosamente, junto con otros célebres prófugos y trásfugas, el voto para el regionalismo a ultranza. El propio regionalismo a ultranza es hoy, él mismo, más internacionalista que la muy francesa Arletty. De modo que busca proyectarse, como sea, en acontecimientos sonados y de un alcance global. No pudo ser con la cósmica exposición comisariada por Arbeloa, compañero de viaje de Eguren según salían del socialismo por la derecha, ni con el congreso barojiano que iba a comisariar el ex comunista Tamames –otro de nuestros “liberales” a muerte–, suspendido según se supo que las megaestrellas mundiales no querían venir. El término ‘megaestrellas’ lo usaba muy despectivamente en el número 91 de Arquitectura Viva el arquitecto Jacques Herzog, que también hablaba allí de cierto “cinismo, estúpido y burdo, movido por la vanidad y nada más que la vanidad”. Herzog ha sido luminaria máxima del congreso de arquitectura a cuyo frente nos ha aparecido Fidalgo, ese sindicalista rebotado. Por fin un Miguel Sanz borracho de vanidad ha ido al Baluarte a hablar de sus éxitos ante las estrellas, los cínicos o ambas cosas, aunque sea dejando a los pueblos de los alrededores sin programa cultural. No estaba allí la difunta Arletty, ni Jacques Tati, pero sí celebridades planetarias dignas de una apoteosis internacional.

Publicado en Diario de Noticias
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