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Porque, ¿qué es lo más deprimente de la cultura norteamericana? La verdad es que hay donde elegir –especialmente si por cultura entendemos lo mismo que entiende Barcina: cualquier manifestación del color local, del santico morenico al Volskwagen Polo, pasando por todo lo que ahora se ve en el mural de la vieja estación pamplonesa de autobuses, donde cabe desde el santico y un zaldiko al Polo y la estatua de Hemingway–, pero, los Elvis impersanators –los imitadores o clónicos de Elvis Presley– son firmes candidatos a ganar el concurso “Qué es lo más deprimente de Norteamérica”. Sabido es que Elvis hubo dos: el de Memphis –el de los orígenes– y el de Las Vegas –donde el propio Elvis era poco más que un imitador grasiento y sudoroso de sí mismo: un Elvis impersonator más de los muchos que proliferarían luego por concursos y otras deprimentes ceremonias–. Algo parecido puede decirse de Hemingway: está el Hemingway primero y el tardío. El tardío incluso se cruzaba por esas plazas de toros con los imitadores de Hemingway. De entre los Hemingways de pega, el más famoso fue Kennet H. Vanderford, al que llamaban “el Hemingway de los pobres”. En realidad, el Hemingway de finales de los 50 era, él mismo, un imitador de Hemingway: un Hemingway para pobres, difícil de soportar cuando se ponía pesado. Vanderford debió de conocer en Pamplona al mítico Harvey Holt, “el hombre que mandó a Hemingway –al Hemingway tardío– a tomar por –suavizo– donde la espalda pierde su casto nombre”. De Vanderford y otros Hemingways de pega no se supo más desde finales de los años 70. Aún es posible encontrar ejemplares sueltos de la deprimente y trasnochada especie de los Elvis impersonators en covachuelas de Memphis, Manchester o Helsinki. Hace tres decenios que la no menos deprimente especie de los Hemingway de pega se extinguió, pero el Gobierno de Navarra, a falta de mejores ideas, planea resucitarla con el “I Concurso Internacional de Imitadores de Ernest Hemingway”, pronto se verá con qué éxito.

Publicado en Diario de Noticiasdn