
Lorenzo Aguirre, Luz divina (1922).

El 24 de marzo de 2016, un Jueves Santo como este, algunos concejelas «progresistas» del Ayuntamineto de Pamplona –algunos de los por entonces elegido para cambiar las cosas, para «el cambio»– marcharon «de etiqueta» –en el traje de faena de Fantômas– y en procesión nacionalcatólica al Voto de las Cinco Llagas, «como manda la Tradición». La Tradición es una señora muy tradicionalista que manda con mucha autoridad y que siempre se considera por encima de los mandatos de la soberanía popular. Desde aquel Jueves Santo me acuerdo del pintor de origen pamplonés Lorenzo Aguirre (Pamplona, 1884), sentenciado a muerte y vilmente ejecutado en 1942 por el franquismo –a garrote vil, coma mandaba otra de tantas españolísimas tradiciones, por el delito de sobra probado de su inquebrantable fidelidad a la Constitución democrática de la II República–, a su vuelta de la Francia ocupada por los nazis, en la confianza –propia de un incauto, de alguien muy desinformado o muy desesperado– de que no sería pasado por las armas. En efecto, no fue pasado por las armas. Aguirre fue pasado por una españolísima máquina de matar, el garrote vil, que alcanzaba cotas de crueldad muy susperiores a las de cualquier arma convencional. Cada Jueves Santo me acuerdo de la pintura que Lorenzo Aguirre firmó en 1922 con el título Luz divina. A primera vista la luz de esa pintura es muy mediterránea, pero si se mira más despacio se ve que no, que es la luz de ciudades norteñas tan tradicionalmente católicas como Pamplona. La pintura es propiedad del Prado, pero se puede ver en el Museo de La Rioja.
Por lo demás, no me queda nada claro si el reglamento que han impuesto algunos de los concejales del «cambio» –la vieja tradición franquista de imponer imperecederas costumbres sociales a golpe de reglamento– obliga a ir a votar –vamos, a ir a renovar el tradicionalísimo voto de las Cinco Llagas– o si tan solo obliga a ir vestido de gala –con el traje que se ponía Fantômas, superhéroe preferido de los surrealistas, cuando acudía a sus habituales citas con el delito–, caso de decantarse los concejales por ir a «echar el voto» a la iglesia.

Fantômas en traje de faena.