JOAN DE SAGARRA
Foto: A. Gamazo (Jot Down)

J. de Sagarra, «Raimon», La Vanguardia, 6 de diciembre de 2020

EI miércoles [2 de diciembre de 2020] Raimon cumplió 80 años. Me enteré escuchando, co­mo tengo por costum­bre, Aquí, amb Josep Cuní, en la Ser. El amigo Cuní le llamó para felicitarle y le preguntó cómo se encontraba, y el coñón de Rai­mon le soltó: «Fet un vellet, amb un garrotet per sortir a cami­nar…» y, acto seguido, la risa, la carcajada inconfundible del cha­val Ramón Pelejero, nacido en Xàtiva un 2 de diciembre de 1940.

Que Raimon cumpla 80 años es noticia, como lo será cuando cumpla 90 y cuando llegue a cen­tenario, si Dios quiere y él lo re­siste. Noticia quiere decir que in­teresa, que a la gente le agrada saber que Raimon sigue siendo un coñón, que a los tres años de despedirse definitivamente de sus recitales, confiesa –como lo hizo a Salvador Enguix que le en­trevistó en este diario (3 de di­ciembre)- estar «en un gran mo­mento de vida, con mi mujer, An­nalisa, y con toda mi familia». Y añade: «Y estos días estoy sor­prendido por la gente que me ha llamado para felicitarme el cumpleaños. Evidentemente esto me reconforta». Sí, a la gente le gusta saber esas cosas, porque, en cier­to modo, Raimon les pertenece, forma parte de sus recuerdos, de su pasado, por no decir de su identitat. Dicho de otro modo: el día en que Raimon nos deje, se nos muera, lo más atroz no será haberle perdido, sino el tener que renunciar a los recuerdos que hemos compartido, vivido con él. El día que nos deje Rai­mon será como si nos hubiesen robado algo.

Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes me queda de aquel tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los escombros de los bombardeos.
En España la gente se apretaba en los cines
y no existía la calefacción.
Era la paz –después de tanta sangre—
que llegaba harapienta, como la conocimos
durante cinco años.
Y todo un continente empobrecido,
carcomido de historia y de mercado negro,
de repente nos fue más familiar.
¡Estampas de la Europa de post-guerra
que parecen mojadas en lluvia silenciosa,
ciudades grises adonde llega un tren
sucio de refugiados: cuántas cosas
de nuestra historia próxima trajisteis, despertando
la esperanza en España, y el temor!
Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja…
Nosotros, los más jóvenes, como siempre esperábamos
algo definitivo y general.
Y fue en aquel momento, justamente
en aquellos momentos de miedo y esperanzas
–tan irreales, ay– que apareciste,
oh rosa de lo sórdido, manchada
creación de los hombres, arisca, vil y bella
canción francesa de mi juventud!
Eras lo no esperado que se impone
a la imaginación, porque es así la vida,
tú que cantabas la heroicidad canalla,
el estallido de las rebeldías
igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,
la intensidad que aflige al corazón.
Cuánto enseguida te quisimos todos!
En tu mundo de noches, con el chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.
Y todavía, en la alta noche, solo,
con el vaso en la mano, cuando pienso en mi vida,
otra vez más sans faire du bruit tus músicas
suenan en la memoria, como una despedida:
parece que fue ayer y algo ha cambiado.
Hoy no esperamos la revolución.
Desvencijada Europa de post-guerra
con la luna asomando tras las ventanas rotas,
Europa anterior al milagro alemán,
imagen de mi vida, melancólica!
Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,
aunque a veces nos guste una canción.
JAIME GIL DE BIEDMA

A Raimon yo le llevo dos años –tres el próximo enero– y le co­nocí hace la friolera de 58 años. Fue en 1962, cuando Raimon vi­no a cantar al Fòrum Vergés invi­tado y presentado por los Setze Jutges, concretamente por Josep Maria Espinàs. Era el Raimon de Al vent que me produjo una fuer­te impresión y que entonces se me hacía difícil razonar –¿o debo decir aceptar?– teniendo en cuenta que yo venía, como Espinàs, de la chanson rive gauche, de aquella canción francesa de la que hablaba Jaime Gil de Biedma[1] en un célebre poema y que yo ha­bía mamado en directo, a mis nueve años, en París. Lo que me impresionó entonces de Raimon fue la voz, su voz, su grito. Gra­cias a un amigo –¿Lluiset Per­manyer?- logré una entrevista con Raimon. Y Raimon vino al pi­so de la Bonanova en que yo vivía con mi madre. Hablamos de aquella chanson rive gauche, de la necesidad de hacer «cançons d’ara», como Lluís Serrahima ha­bía pedido en Germinabit, y no­sotros (Espinàs, Javier Coma, José Luis Guarner y un servidor entre otros), aupados por mi pa­dre, Xavier Montsalvatge y Se­bastià Gasch, por las mismas fe­chas habíamos exigido en el Ate­neu. Pero la cosa no funcionó. El chaval de Xàtiva pasaba de Bras­sens, aunque sin llegar a la simpatía que le demostró, algunos años más tarde, el padre de Manu Chao en Triunfo, que lo calificó de burgués disfrazado de anar­quista y deseoso de convertirse en académico, en «inmortal». En­tonces le puse un disco Coltrane, y el rostro de Raimon se iluminó con una sonrisa. Y, para rematar la jugada, pillé un libro de la bi­blioteca paterna y le leí: «El suny deis meus trenta anys fou un noi de finestra / a Santanyí, carrer de Palma, 74. / El meu pare era eu­guer, i cada nit em duia / una as­pra llebre oberta, amb el ventre ple de mata./ Em criaren amarg, com la pols de sivina, / de cap agrest i alt, com el cap d’una ca­bra./ No em marcaren amb cuiro les marcades costelles, / però prest m’engrunaren l’os del front amb paraules. / Jo vaig conèixer abans el pecat que la mar. /Una noia plora entre el mur d’una ca­sa/ i els meus genolls, abans que jo fos un noi alt / que aprèn, sol, el seu cos i l’olorosa gramàtica…». Y Raimon me dijo: «De qui és això, en tens més?». Era el Auto­retrat que abre el libro Comèdia de Blai Bonet (Barcino, Barcelo­na, 1960). Fue aquel día en que aquella voz, aquel grito, y un ser­vidor, gracias a Blai Bonet, empe­zamos a hablarnos, a conocernos, a querernos.

Luego, a finales de los sesenta principios de los setenta, mi rela­ción con el chaval de Xàtiva fue la del periodista que en tal o cual diario cubría sus recitales, que yo calificaba de combates –el am­biente de los recitales de Raimon siempre lo asocié a aquel Price al que me llevaba mi padre de ni­ño–. El Raimon con Annalisa –su esposa italiana de la que los dia­rios de Jordi Pujol decían, con orgullo, que «parla un excel·lent català», como lo decían de la mu­jer francesa de Francesc Pi de la Serra–, cenando en su casa, con la imagen, para mí extraña, de la madre del cantante o del cantau­tor cenando sola en la cocina, cuando en casa de Dolors y Xa­vier Folch (PSUC) la «chacha» al­morzaba con nosotros. El Coupé de Raimon que algunos de sus fans no podían tragar y lo til­daban de burgués…

Mi último recuerdo de Rai­mon, el último que me haya mar­cado, es la despedida al cadáver de Ovidi Montllor que comparti­mos con Quico Pi de la Serra y Guillermina Motta en el tanato­rio de les Corts. Y ahora que es­cribo esto, permíteme que te di­ga, querido Raimon, que mi can­çó catalana, antes de Pau Riba y Jaume Sisa (que también son míos para siempre) sois dos va­lencianos: tú y Ovidi. Ovidi me dio su Teresa y tú me diste tus (porque son tan tuyas como de Ausiàs March) Veles e vents, con las que quisiera que me despidie­ran, con alguna que otra conde­nada rive gauche, en un bateau­ mouche, cuando más tarde me­jor, en aquel París que me vio nacer. Per molts anys, amic Rai­mon.

P.S. [13.12.2020]: Me llamó Raimon para agradecerme el artículo que le deidiqué el pasado domingo con motivo de sus 80 años y aprovechó para comentarme que, contrariamento a lo que yo afirmaba en mi escrito, jamás pasó de Brassens. Al contrario, sentía un respeto, más aún, una viva simpatía por el cantautor de Sète. Pido, pues, disculpas al amigo Raimon y a mis amigos lectores.