Como Eduardo Haro Ibars, autor del texto que pego a continuación, fui cautivado por la lectura de Juan Goytisolo –ganado para su causa– en la segunda mitad de los 70. Sus libros no estaban en la biblioteca de la Universidad de Navarra –tal vez sí en el sótano de los libros de acceso restringido, junto con los de otros réprobos–, pero me interesaron más que las clases en las que los profesores del Opus trataban de demostrar la ilegitimidad consustancial de la reforma política de Suárez o la aberración moral del divorcío que venía –el de Pacordoñez, que le decía Umbral en El País–. Sin duda Goytisolo era el antídoto contra tan carpetovetónicos y tóxicos profesores. Desde entonces, los libros de Goytisolo ne han acompañado siempre y, a la recíproca, siempre les he sido fiel.

 

 

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