Una vez que el filósofo alemán –aunque esencialmente navarro– Martin Heidegger llegó a la cumbre de su Sein und Zeit –de su Ser y tiempo, que qué navarro no ha leído en alemán–, no pudo sustraerse a la tentación filológica de escribir una nota al pie en la que, para dilucidar el sentido del Sein –del ser–, habló de das Nichts von Seyn –de la nada del ser–. Es muy notorio para un navarro que en tan crucial nota Heidegger escribe Sein en alemán arcaico, es decir Seyn, con la hasta ayer llamada i griega, como los filósofos forales escriben reyno. Por cosas como esa i griega, Adorno le fue a Heidegger a la yugular. Habló Adorno de una “jerga de la autenticidad”, plagada de “banalidades profundas” que engordaban las nostalgias reaccionarias del romanticismo alemán. En efecto, el Heidegger más ridículo, el de la i griega, el que en su cabaña de la Selva Negra, tocado con el traje regional –con las medias de lana de auténtica oveja originaria cardada y tricotada por su mujer–, escribe poesía –lo único auténtico que puede escribirse muertos Dios y la metafísica–, a mano y con una pluma de ganso –como si la pluma no fuera un instrumento técnico–, ese Heidegger, digo, el que a lo Friedrich y a lo Riefenstahl se extasía con las ascensiones alpinas y la contemplación de las brumas lejanas, es el que finalmente se entrega a una continua excavación arqueológica en las capas profundas del lenguaje que deriva en el desvarío etimológico por el que se presume que la palabra reyno encierra esencias no contenidas en reino. Todo por una i, que lo mismo que se llamó griega podría haberse llamado navarra o heideggeriana. Por lo demás, cuando filósofos como Marcuse o Arendt escribieron al autor de Ser y tiempo para rogarle que pronunciase una palabra, una sola, de condenza del nazismo, Heidegger vino a decir lo que Sanz el otro día cuando le preguntaron por Caja Navarra –en la que tan suculentas dietas cobrara durante tantos años–: que de eso no le hacía ninguna gracia hablar.

Publicado en Diario de Noticias

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