Leí el otro día una palabra que me dejó sin habla: “musealización”. Lo que ya no me sorprendió tanto fue leer en el periódico de ayer que al compañero de abajo le habían cobrado 2,50 por un Kas en un bar de lo Viejo, o dicho de manera que esos 2,50 euros parezcan más justificados, en un establecimiento hostelero del Centro Histórico pamplonés. Lo de la musealización lo había dicho en la Bienal de Venecia un campeón mundial del blablablá al que seguro que Mangado anhelará traer al Baluarte, si es que Cultura y Turismo –que una vez ya nos trajo a Vargas Llosa, pero que no pudo permitirse volverlo a traer para el famoso congreso barojiano que nunca existió– puede pagar su caché: el arquitecto Rem Koolhaas. Paremos, dijo Koolhaas en Venecia, la musealización de las ciudades. Koolhaas, como los futuristas, a nada que le den ocasión para ello, se expresa con el ardor panfletario y la elocuencia telegráfica de los manifiestos. La musealización de las ciudades, dicho sea con la retórica hueca de los grandes congresos y los mayores eventos gastronómicos de carácter nocturno que en ellos se dan, es la fase última del supuesto ennoblecimiento –“gentrificación” que le dicen los pomposos congresistas– por el que lo Viejo se convierte en Centro Histórico, primero con vocación de centro comercial y luego con pretensiones de parque temático global en el que no han de faltar áreas museísticas histórico-artísticas, étnico-folclóricas y turístico-culturales. No sé decir en qué área de esas tres entrará la imprescindible infraestructura que musealizará –con perdón– los Sanfermines. La musealización es, pues, el proceso de embalsamamiento o embarcinamiento de los centros urbanos, con la consabida y conocida disgregación de lo público y lo cívico, por el que las latas de refrescos se ponen en ellos en los mismos precios que alcanzan en lugares tan amenazadores para el bolsillo como las cafeterías de los museos o los chiringuitos de tanto Disney World como hoy hay por doquier.

Publicado en Diario de Noticias (primavera, 2014)

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