Woody Allen en la puerta del Bleecker Cinema St.

En el 110 de la calle Bleecker de Nueva York está el edificio donde De Niro y De Palma rodaron ¡Hola mamá!, su primera película juntos. Al pie de ese edificio construido por L.I. Pei en los 60 yace una desmesurada escultura del hombre –del monstruo– que pintó el Guernica. Un poco más allá, en dirección al Hudson, estuvo el cine de la calle Bleecker. Truffaut iba a ese cine cuando viajaba a Nueva York. Serge Daney dio alguna conferencia en él. Woody Allen sale de allí en una de sus películas… Es de suponer que todos ellos vieron las extrañas pinturas murales que había en el pasillo de aquel cine. Durante décadas esas pinturas encerraron un enigma: el de su autoría y su significado. El enigma estuvo a punto de quedar sepultado para siempre cuando, tras convertirse en los 80 en cine porno, el cine de la calle Bleecker iba a ser derribado. Entonces se supo que aquellas eran las pinturas para la Exposición Universal de Nueva York, encargadas en 1938 por el gobierno de la República de España a Luis Quintanilla. Pero la victoria de Franco llegó primero. Temeroso de Franco, Quintanilla escondió las pinturas en el edificio del cine. Quintanilla había pasado hambre en Berlín y París, y del hambre le ayudó a escapar en una ocasión alguien relacionado con Estella: Gustavo de Maeztu. Una obra en la que ambos tienen parte se conserva en Gernika. Puede que Quintanilla tuviese más culpa incluso que Gertrude Stein de que su amigo Ernest Hemingway acabase en Pamplona, y desde luego tuvo mucha culpa de que las obras del Prado se salvasen de los bombardeos de alemanes e italianos. Tras todo eso, trabajó en Hollywood, anduvo por las universidades del Medio Oeste, volvió a París y, cuando en medio de la desdicha quiso morirse, fue de nuevo alguien de Estella, Manuel de Irujo, quien le incitó a no darle a Franco la satisfacción de dejar este mundo antes que él. Muerto Franco, Quintanilla volvió a España, donde el hombre que no pintó el Guernica sino lo que venía después de él, no fue reconocido. Es una forma de estar a salvo de los equívocos que producen famas como la de Picasso. Las pinturas del desaparecido cine de la calle Bleecker están hoy a salvo en Santander.

 

Una de las pinturas para la Exposición Universal de 1939.

En primer plano, con bombín, Luis Quintanilla; al fondo, John Ford.

 

 

 

Publicado en Diario de Noticias
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