Aciertan los dos artistas que obtuvieron una de las becas del Centro Huarte de Arte Contemporáneo y que con su obra han tratado de indagar en los secretos del monumento a los Caídos: probablemente serán censurados. Serán censurados, no porque su trabajo no vaya a verse aquí, que se verá, hasta ahí podíamos llegar; sino porque, en primer lugar, se verá no donde tendría que verse –que sería en el interior del propio monumento, costruido a partir de esa mística nazi-fascista según la que la luz de los combatientes caídos ha de iluminar los pasos de los camaradas vivos: cosa, el monumento y su sentido, que una mirada artística puede intentar revelar–, sino que su trabajo será expuesto en las tinieblas exteriores, que es donde queda el centro de arte que les becó, por allá por donde los centros comerciales y las hileras de adosados. Centro de arte, el de Huarte, nacido agonizante por expresa voluntad –política, por supuesto– de que así fuese. Es interesante que un par de artistas foráneos hayan logrado que los Caballeros Voluntarios de la Cruz les muestren la cripta desde la que dos generales golpistas deben iluminarnos eternamente. Por cierto, que los Caballeros Voluntarios de la Cruz inventaron en 1940 la primera javierada. La palabra, no. La palabra “javierada” la inventó el obispo Olaechea, el mismo que descubriera que la guerra no era la guerra y sus matanzas sino una cruzada. Cruzada inmemorial, como muestran las pinturas de la cúpula de los Caídos, obra del mismo ilustrador que concibiera el tapiz de la Diputación ante el que siguen fotografiándose nuestros presidentes como si fuese un bajorrelieve asirio o un mural azteca. Todo esto, más tomado en su conjunto, es interesante, pero ningún centro de arte de nuestras tinieblas exteriores, mucho menos ningún centro cívico del centro va abrir ningún debate a fondo sobre tales cuestiones. No al menos mientras nombres como el de Rodezno, en cuya plaza sigue ubicándose el monumento a los Caídos, sean intocables.

Publicado en Diario de Noticiasdn