En cursiva y con dos ges, como Heidegger: reggionalismo. Hay esas fotos de Heidegger en las que, ataviado con el traje regional –así como de tirolés–, el filósofo posa de no se sabe bien qué: si de superfilósofo alemán o si de superalemán filosófico. Moriríamos de risa ante semejante estampa si no fuera porque el reggionalismo heideggeriano es como para llorar. Es la clase de reggionalismo que tanto éxito tuvo en las coreografías supergermánicas programadas por Hitler en los estadios de Alemania. Muerto el totalitarismo hitleriano, el reggionalismo alemán conocido en España como «el sano regionalismo» gozó bajo el ahora llamado autoritario régimen de Franco –el de las demostraciones folclórico-sindicales en los estadios– de larga vida y mucho predicamento. Al tiempo que Heidegger posaba de tirolés, alguien fotografió al conde de Rodezno en compañía de autoridades plenipotenciarias, representantes de cada una de las familias del franquismo y unas cuantas folclóricas disfrazadas de roncalesas. Digo folclóricas disfrazadas de roncalesas, porque concejalas del ayuntamiento de Pamplona camino de Misa Mayor no podían ser: eran los felices y nada más que autoritarios –que no totalitarios, dicen– años en los que la política le estaba vedado a la totalidad de las mujeres. Eran los dulces años de «viril autoritarismo» –así nos lo enseñaban incluso tras morir Franco: «No me confundan el totalitarismo soviético con la autoridad viril de un Franco o un Pinochet»– en que figuras tan destacadas del régimen como el mismo Rodezno inventaban la tradición, difundían el sano regionalismo y fundían fiesta, folclore y religión. Hubo, según el franquismo se extinguía, concejales pamploneses que no vieron necesidad de disfraces ni de seguir mezclando lo cívico con la liturgia. Pero la sombra de Rodezno es alargada: su reggionalismo triunfa, hoy más que ayer, entre los concejales electos que ya se preparan para ir a misa en procesión, como manda la santa tradición, tan reggional ella.