A diferencia de Trajano –inaugurador pertinaz y muy ilustre predecesor de los políticos actuales, de uno y otro signo, que en eso todos compiten por salir en más fotos que el anterior–, Adriano nunca quiso dejar escrito su nombre en las obras públicas que promovía, como por ejemplo el Panteón romano, por él erigido hacia el año 125, según proyecto de Apolodoro de Damasco, o eso se cree. Es más, en el friso del Panteón, Adriano mandó poner el nombre de quien allí mismo había levantado una obra pública anterior para entonces ya desaparecida. De modo que donde dice «Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo», tendría que decir «Publio Adriano, segundo emperador de la dinastía Antonina, lo hizo»; pero, no lo dice, lo que habla a favor de Adriano y da la razón a Maquiavelo: los Antoninos merecen ser llamados «los emperadores buenos».

El Panteón a través de las edades –del cine–:

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